Los favores y milagros que la Virgen de los Remedios hace por sus hijos
ibreños se pueden contar por decenas de miles a lo largo de la historia…El
principal problema a la hora de hacerlos visibles es que no existe
constancia documental como si de una canonización o beatificación se
tratara. Pero ello no es obstáculo para afirmar con certeza que la patrona
de Ibros está muy presente en la vida de los ibreños y de las personas que
a Ella se encomiendan.
En el presente informe se pueden narrar algunos ocurridos a principios del
siglo XX que están documentados en el libro “De la ermita que perdimos a
la ermita que aspiramos”, de Diego Marín Marín.
El primero de ellos se refiere a María una mujer del barrio del señorío de
Ibros y su hijo Andrés Ceballos. El esposo de María que era arriero, en uno
de sus viajes transportando aceite fue acompañado de su hijo. Padre e
hijo fueron asaltados por unos forajidos qué, además de quitarles cuanto
llevaban, mataron al padre y se quedaron con el hijo. María acudía cada
tarde a la ermita de la Virgen a pedirle por la vuelta de su hijo, una
situación que se prolongó durante varios años. Una de esas tardes en que
María se encontraba rezando a la Virgen, para que encontrara a su hijo
entró en la ermita un mozo que se hincó de rodillas delante de la imagen
de la Virgen. Cuando María se marchaba tropezó con el joven al que para
disculparse le dijo perdona hijo mío. El joven se la quedó mirando y la
ayudó a levantarse. En ese momento María le vio colgando del cuello una
medalla que ella le regaló a su hijo cuando era pequeño. La mujer le dio
un abrazo fuerte y les dijo que era su hijo y que la Virgen lo había traído
hasta ella. El joven le dijo a la mujer que había llegado hasta la ermita por
el sonido de una campana… El joven la abrazó con más fuerza y le dice
madre y ella le respondió hijo, entre lágrimas de alegría y los dos
abrazados se marcharon a la casa… Aquel hijo creció entre sus raptores y
aprendió a atracar y robar a cuántos podía. Se le conocía por el apodo de
“relámpago”. Un día harto de aquella vida decidió alejarse del lugar donde
se refugiaba y en su caballo llegó al término de Ibros conocido como el
“Hoyo de San Pedro”. Desde este lugar escuchó el tañer de una campana…
llamando a la oración.
Este joven tomó parte en la guerra de la independencia en la que por su
valor y arrojo fue condecorado. Cuando el rey en un acto solemne le
preguntó que pedía, él dijo solo quiero ser indultado, porque yo he sido el
famoso bandolero conocido por “Relámpago”, el terror de Sierra Morena.
El rey le concedió el indulto y Andrés Ceballos volvió a Ibros para estar al
lado de su esposa y de su madre.
Otro de los milagros que se narran ocurrió en el primer tercio del siglo XX.
Una mañana cuando la ermitaña se disponía a abrir la ermita para los
actos de culto y las visitas de los fieles se dio cuenta de que en el altar
donde estaba colocada la Virgen de los Remedios faltaba la imagen de la
Virgen. Alarmada por la desaparición de la Virgen llamó a los vecinos que
comprobaron que era cierto. Inmediatamente fueron a avisar al párroco,
en un primer momento no se lo creyó, pero luego bajó a la ermita y
comprobó que efectivamente la Virgen no estaba. La noticia cundió por
todo el pueblo. Pasaron los días donde cundía la tristeza, preocupación y
zozobra. Pero al sexto día, cuando la ermitaña abrió como todas las
mañanas la puerta de la Ermita, su sorpresa fue que se encontró la imagen
de la Virgen en el altar mayor. Eso sí, al acercarse se percató de que algo
raro había en su manto. Estaba algo estropeado y vio varias perforaciones
quemadas.
Este suceso se entendió en el contexto de que por aquellos días habían
llegado cartas de soldados ibreños destinados en África para combatir en
la guerra de Marruecos y del Rif. Aquella batalla se conoció con el nombre
de Annual (1924). Todas las cartas contaban cómo durante la dura batalla,
los soldados ibreños habían visto la imagen de la Virgen de los Remedios,
que se les había aparecido para protegerlos y que las balas habían
impactado en su manto. Los soldados españoles sufrieron cuantiosas
bajas, pero ninguno de los soldados ibreños murió durante la contienda
guerrera.
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